Tal vez nadie sepa quién fue Chucho Anaya
Pero eso es natural; no fue un hombre destacado.
Le tocó ver los lagos recién exprimidos,
la inmensa cuenca vuelta canica vacía
Un asoleado y polvoso Nezahualcóyotl
que no tiene nada qué ver con el rey.
Una ciudad que brotó de la inmundicia,
que de la basura desenterró su dignidad.
Chucho era un niño cuando llegó a esas tierras,
las calles eran densa polvareda
y los postes de luz semejaban crucifijos.
Por los senderos no había más que pobreza.
no había más que aceptar la grava ardiendo
de esa tierra arrancada a la geografía,
extirpada de su función correcta
y puesta a funcionar de ciudad perdida.
Chucho caminó las veredas zarrapastrosas
sus piernas de tanto andar la tierra y arar
los caminos, de tanto vagar por donde
todavía no hay nada, por estos callejones
olvidados de Dios y de los mexicanos,
Ahí tienen que iba Chucho por el terrerío,
Chucho siempre murmuraba al caminar:
“luna de la mañana, conejo aturdido tócame
devuélveme a mi pueblo que ha quedado tan lejos
escúchame, lánzame contra el suelo de la milpada,
persígueme como el cacomixtle al huidizo roedor
cázame como los mendigos cazan siempre el día
siguiente, rómpeme las costillas, húndeme en esta
tristeza que nada hace sino joderme siempre un poco
la garganta, todos los días, no sé si es tristeza
o es este frío del llano porque nada está construido,
nada puede erigirse en el terreno de los buitres.
Hace calor: a ver si no se deja venir la lluvia
tendría que contlapachearme en algún tejado,
tal vez el de Juan el jumilero que es el más cercano,
a ver si no me corre por andar siempre diciendo
que lo que dice sobre Dios es pura pinacatada,
peregrina y pípila idea que no lo deja pensar.
Para mí que el cielo está vacío, no hay más que nubes
y aviones a chorro que lo atraviesan y dejan líneas,
algodonosas líneas que son siempre blancas ovejas”
Ansina mentaba siempre Chucho en la vereda.
Chucho vivía de vender timbres puerta por puerta,
puerta por puerta tocaba y comprobaba la inutilidad
de su invento eléctrico con doble zumbar
-Ding-dóng, ding-dóng, ding-dóng-
porque a él le abrian aunque la puerta no tuviera timbre
porque en estas calles la gente se llama a gritos
de cualquier manera, nadie necesita un silbido artificial,
ding-dóng, para salir a atender los chiflidos de afuera.
El negocio no iba a prosperar, y qué más daba que Chucho
caminara todas las tardes ofreciendo su ingenio.
Chucho acabó de estibador en una fábrica de Vallejo.
No fue un hombre destacado pero ¡carajo! qué más da
si a este país lo que lo sostiene no son los prohombres
famosos de los libros y las fiestas patrias, las vedettes
de la historia que no dejan más que el nombre en realidad.
Los castillos de varilla del país son los que trabajan,
los hombres como Chucho de los que nadie nunca
[se va a acordar.Fotografía de Mono Fingal |