jueves, 19 de diciembre de 2013

Versos por Chucho Anaya



Tal vez nadie sepa quién fue Chucho Anaya
Pero eso es natural; no fue un hombre destacado.
Le tocó ver los lagos recién exprimidos,
la inmensa cuenca vuelta canica vacía
Un asoleado y polvoso Nezahualcóyotl
que no tiene nada qué ver con el rey.
Una ciudad que brotó de la inmundicia,
que de la basura desenterró su dignidad.
Chucho era un niño cuando llegó a esas tierras,
las calles eran densa polvareda
y los postes de luz semejaban crucifijos.
Por los senderos no había más que pobreza.
no había más que aceptar la grava ardiendo
de esa tierra arrancada a la geografía,
extirpada de su función correcta
y puesta a funcionar de ciudad perdida.
Chucho caminó las veredas zarrapastrosas
sus piernas de tanto andar la tierra y arar
los caminos, de tanto vagar por donde
todavía no hay nada, por estos callejones
olvidados de Dios y de los mexicanos,


Ahí tienen que iba Chucho por el terrerío,
Chucho siempre murmuraba al caminar:
“luna de la mañana, conejo aturdido tócame
devuélveme a mi pueblo que ha quedado tan lejos
escúchame, lánzame contra el suelo de la milpada,
persígueme como el cacomixtle al huidizo roedor
cázame como los mendigos cazan siempre el día
siguiente, rómpeme las costillas, húndeme en esta
tristeza que nada hace sino joderme siempre un poco
la garganta, todos los días, no sé si es tristeza
o es este frío del llano porque nada está construido,
nada puede erigirse en el terreno de los buitres.
Hace calor: a ver si no se deja venir la lluvia
tendría que contlapachearme en algún tejado,
tal vez el de Juan el jumilero que es el más cercano,
a ver si no me corre por andar siempre diciendo
que lo que dice sobre Dios es pura pinacatada,
peregrina y pípila idea que no lo deja pensar.
Para mí que el cielo está vacío, no hay más que nubes
y aviones a chorro que lo atraviesan  y dejan líneas,
algodonosas líneas que son siempre blancas ovejas”
Ansina mentaba siempre Chucho en la vereda.


Chucho vivía de vender timbres puerta por puerta,
puerta por puerta tocaba y comprobaba la inutilidad
de su invento eléctrico con doble zumbar
-Ding-dóng, ding-dóng, ding-dóng-
porque a él le abrian aunque la puerta no tuviera timbre
porque en estas calles la gente se llama a gritos
de cualquier manera, nadie necesita un silbido artificial,
ding-dóng, para salir a atender los chiflidos de afuera.
El negocio no iba a prosperar, y qué más daba que Chucho
caminara todas las tardes ofreciendo su ingenio.
Chucho acabó de estibador en una fábrica de Vallejo.
No fue un hombre destacado pero ¡carajo! qué más da
si a este país lo que lo sostiene no son los prohombres
famosos de los libros y las fiestas patrias, las vedettes
de la historia que no dejan más que el nombre en realidad.
Los castillos de varilla del país son los que trabajan,
los hombres como Chucho de los que nadie nunca
                                                        [se va a acordar.

Fotografía de Mono Fingal


domingo, 17 de noviembre de 2013

Acapulco (versión larga)



No tengas miedo, poeta
cabalga sobre el ritmo
maldito de las cosas,
sácales la sustancia
quiébrales la cabeza.
Mas no te prives del goce
de subirte al cuadrilátero.
Lánzate al vacío
sin pensar en el impacto.
Porque de la sangre también
emergen las palabras.
- ¿verdad, compatriotas?-
Sube ávido la cuesta
empinada de la rima.
No tomes el camino fácil
busca los senderos
no eludas los recodos
que ofrecen miles y miles
de años y de cultura
y propiedad privada
y queda prohibido el paso.
nada te impedirá bucear
entre tus influencias
-aunque conviene no ir
demasiado adentro-
mantente a flote y salta
muérete de risa y corta
las sílabas en mil trocitos.
Con semejante inspiración
¿quién podría distraerme?
nadie excepto los Beatles,
sí, siempre los Beatles
You know, a little bit older
               a little bit slower
number nine, number nine, number nine
(el sonido interrumpe como una oscilación)
Nueve son las veces que te busqué a solas
sin éxito, bañándome de lluvia y de ciudad
pero seco de ti. Nueve fueron los cigarros
que me vendiste. Nueve los minutos entre tu voz
y las de otras, tu voz y las demás voces
que jamás se acercarán a la tuya.
Nueve la hora en que no llegaste.
number nine, number nine, number nine
(parece que por fin se aleja).
¡Deja de ensoñar, poeta!
¡Concéntrate en el folio!
¡Así no vas a progresar!
Quémate las pestañas
leyendo el diccionario.
Busca esa manera de decir los fuegos
que andan quemándote las manos.
Saca ese gargajo que te impuso el miedo
escúpelo a patadas
y di:
Después de la lluvia
después de que las gotas y gotas rompieran al filo
                                                            [de tu espalda,
de que la calle se llenara de renacuajos recién nacidos
y una parvada de aves quedara fulminada en la banqueta,
después de que la tierra se volvió lodo y agua y otra vez
                                                                                [tierra,
otra vez la mirada puesta en el vacío.
El vértigo del aire en los tobillos y las rodillas desnudas
la cicatriz con forma de bala a la altura de tu pelvis
y por fin, el silencio inconfundible, sosegadamente
dulce, trémulo y firme, certero. El llanto almizclero
de la muerte, sorpresa sonriente que nadie esperaba.

Acapulco Septiembre de 2005

miércoles, 23 de octubre de 2013

La desplazada

La lluvia quisiera reintegrarse al suelo.
No es que quiera anegarnos:
nosotros, más bien, la detuvimos,
como un oficial de tránsito
                          sin soborno posible.
¿Cómo podría filtrar, la pobre,
su ahogada insistencia
                            a través del asfalto?
Le hemos cerrado cualquier posibilidad
                                                 [de paso.


En realidad, la lluvia tampoco elige
su destino.
                 (en eso se parece a nosotros)
son las nubes las que la eyaculan.
Cae sin certeza alguna, dividida
en millones de soldados
que mueren de fuego amigo solamente.
Cuando impactan, sin embargo,
no son más que la pinche lluvia.
Esa mendiga, que a últimas fechas
no tiene lugar en el mundo.


Rain
Fotografía de Jlhopgood


sábado, 28 de septiembre de 2013

8 poemas por Ciudad Juárez*

I
Quién iba a saber que a esa hora tu cuerpo
ya había sido clasificado, “desconocido”,
decía la etiqueta que colgaba de tus pies.
y tu rostro, oh tu dulce rostro calcinado
por las llamas del plomo y el olvido
conservaba un amargo rictus de dolor:
como si la muerte te lastimara un poquito
o una abeja te aguijoneara, infinitamente.
Debimos nacer un día de mala suerte.
Qué tristeza tu cuerpo en la plancha
como un maniquí que será descartado.
Y la calle era como un suspiro a solas
y tus huesos rotos sonaban en las banquetas
y no podía sino imaginar tu sangre
serpenteando entre las veredas de esta perra ciudad
tapizada de anuncios irreales:
“la tasa de homicidios ha disminuido
en un treinta y siete por ciento”,
“hemos recuperado esta ciudad
por tu seguridad y la de tu familia”
pero aquí no hay luz, no hay pero que valga
la muerte sigue agitando el agua en calma.
No todos hablamos el lenguaje de las balas
pero ellas se hacen oír con su terrible tornado
no se dejan ignorar ni se hacen a un lado,
el sonido de una bala no sabe de palabras
y la muerte no sabe de inocencias y profesiones.
Pero no podemos callar, no podemos.
Hablar es nuestra única obligación, gritar:
¡muerte! ¡robo! ¡extorsión! ¡plagio!
de otra forma nuestro oficio no tiene objetivo.
El silencio es un privilegio de las piedras
un derecho que poseen los árboles y las plantas
pero no los poetas, no los escritores.
El poeta que ve muerte y calla, que ve sangre y calla
no merece formar parte de la profesión. No ama al oficio
porque no ama a la vida. No hay diferencia entre los versos
y los días. La poesía y la realidad están hechas de la misma
sustancia.





II


En mi habitación suena un réquiem
después de todo
                          ¿qué otra música podría escuchar?
un réquiem es lo único digno
                                              para la escritura de un poema
de este calibre
                      (con calibre no quiero decir:
                                                                   potencia de fuego
sino potencia verbal
                                capacidad de desgarramiento
 de las palabras proyectiles sin destino fijo.
capacidad de golpe contra las conciencias pétreas)
En realidad hubiera preferido escribir
                                       sobre cualquier otro asunto
dicen que los mejores poetas son de tiempos adversos
                                    pero
                                           ¿quién dijo que quiero ser bueno?
hubiera preferido escribir de amores y bellos atardeceres
No hablar de sangre y miedo, de toques de queda
                                  de los abusos de un soldado
que siente que un arma lo vuelve plenipotente.
de periodistas muertos con la libreta en las manos
                                                   de niños famélicos
que se meten a sicarios.
de madres huérfanas de hijos que guardan en la pupila
todas las tonalidades del azul.
de capos más conocidos
                                 que el temible presidente municipal.
Cómo quisiera no escribir de todo esto.


III
Vamos todos al desfile
donde nadie avanzará un centímetro,
a la fiesta patria
                        sin gritos de júbilo,
vamos a ver al señor presidente
                    hablar por una hora
y no decir una sola cosa.



IV
Furtivo
como un migrante entre los carros
de un tren funesto
                            a oscuras
cargado de explosivos
esquivando patrullas y retenes.
No tengo pólvora: son sonidos.
Hasta que exploto en plaza pública
y las palabras salen volando
                                 amasijo informe
sangre en todas partes
cuando caen revelan su estructura:
                                                       el poema.



V
Calle Tamaulipas
diez y media de la noche.
En las aceras la basura
del día.
Yo camino
                atento a las sombras
oigo voces, doy la vuelta,
me sobresalto cuando un perro
                        [dobla la esquina.
Mis pasos no cesan
a duras penas tocan el suelo
(bajo de un brinco una escalera)
cada rostro es una incógnita
un latente deseo de correr.
Llego a la reja.
                       (A lo lejos,
los dos írises de un automóvil)
escojo la llave
                     espero.
Si me han de levantar
que sea aquí en la banqueta
que ni la más leve molécula
de este aire pútrido de afuera
perturbe la calma de los míos.

VI


Pienso en ciertos poetas
(como es natural, pienso
              sobre todo
en los que nunca vivieron
             cómodamente)
Ni Roque Dalton ni Neruda
ni tampoco Oliva o Revueltas
      temblaron al decir.


¿Pero acaso no sintieron
estos mismos deseos
de volverse mudos,
de quedarse mancos,
de perder la vista?


VII
Tal vez esta atmósfera
tan cargada de plomo
tan hundida en lágrimas
sea la mejor para escribir.


Después de todo
¿qué sería de mí
sin esta angustia
que me dio ojos
en las espaldas?


VIII

Esta impotencia que toma forma de mil hormigas
ascendiendo lentas por mis extremidades.
Esta rabia que parece un perro aullando a solas
en una de las muchas ciudades de la ciudad.
Este dolor como un platanar barrido por las tormentas.
Esta incertidumbre que asemeja un mendigo
que desconoce su futuro a partir de las próximas horas.
Esta tristeza como un escritor abandonado en su escritorio
con la inmensidad de la madrugada para su vigilia célibe.
Este ardor como el ardor de tu indumentaria después
de un aguacero que socavó toda tu árida seguridad.
Esta angustia como un andar a tientas por un barrio
de espejismos insólitos. Esta imposibilidad de expresar lo inefable.

*Poema escrito con ocasión del Tercer encuentro internacional de escritores por Ciudad Juárez.

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Fotografía de Josh Hikes